Muchas veces se nos plantean situaciones en las que tenemos que hacer una elección. O mejor dicho, tomar una decisión (aunque al final la línea que separa estos dos conceptos, si es que la hay, es más bien estrecha).
Y claro, en el momento, y no siempre de forma sencilla, la tomamos. Pensamos en todas las posibilidades. Lo vemos desde todos los ángulos que se nos ocurren... y decidimos.
Si la decisión es acertada (qué difícil es definir el concepto de acertad@...) no habrá problemas y todo irá bien.
Pero, ¿y si no es acertada? ¿Y si por alguna razón aparecen elementos que no habíamos tenido en cuenta que hacen cambiar la perspectiva? ¿Y si, sencillamente cambiamos de opinión?...
¿Qué debemos hacer en este caso?
En mi opinión las opciones son dos:
- Negar el error, es decir, autoconvencernos de que ha sido lo correcto. Esta opción es peligrosa, ya que nos estamos engañando a nosotros, e intentamos hacer lo mismo con el resto de gente. Y lo peor es que al final nos acabamos creyendo que la decisión era la mejor y olvidamos que no lo era, con lo que dejamos de atender a cualquier razonamiento que diga lo contrario.
- Aceptar el error e intentar rectificarlo y corregirlo. Creo que siempre que se pueda volver atrás una decisión errónea, ésta sería la mejor opción. La razón es sencilla, las cosas que están mal hechas hay que rehacerlas bien, para que todo funcione correctamente. Y si podemos solucionarlo, ¿por qué no hacerlo?
Sin duda alguna, Rectificar es de Sabios.